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Javier de Bengoechea, España, 1919
A una mejilla blanca
Lento el carmín, cayó de su mejilla.
Ya se apagó ese pétalo de fuego.
Ya no es la sangre más desasosiego
que el de saberse quieta y amarilla.
Aquella de antes, ágil y sencilla,
es esta dura realidad de luego.
Jugó la rosa a terminar. Yo juego
a lamentar su lenta maravilla.
Ahora todo es igual de diferente:
la llamarán como antes la llamaban,
la olvidarán inolvidablemente...
En un principio fue lo que se acaba.
Sigue siendo lo mismo. Solamente
que ya no está una rosa donde estaba.
Beso
Aquel clavel que abrió tu llamarada...
Aquella inolvidable quemadura...
Aquella doble y única locura,
¡ay!, maravilla fue, mas será nada.
Recordaré el clamor de tu mirada.
Recordará tu voz mi mordedura,
mas se deshojará mi dentadura
sobre el otoño de mi boca helada.
Ese beso me pesa gravemente.
Ha de caer a tierra por mi peso,
pero puedo y te amo todavía.
Y en los alrededores de mi frente
tendrá la maravilla de aquel beso
su consulado de melancolía.
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