Joaquín Lorenzo Luaces,   Cuba, 1826


La pesca

Corre por entre margen cenagosa
un arroyuelo sin bramar con saña;
puebla su cauce la flexible caña,
borda su orilla la fragante rosa.

Como ninguna, mi guajira hermosa,
sobre una peña que la linfa baña
contra los peces con furor se ensaña
la mano presta, la mirada ansiosa.

Salta alegre por fin y delirante
la cuerda tira con presteza suma,
saciar creyendo su traidor anhelo.

Y cuando fue a tirar el pez brillante
que se agitaba en la ruidosa espuma
halló mi corazón en el anzuelo.


Recuerdos de la infancia

Entre los campos son donde corría
hollando flores de exquisita esencia;
este monte que forma una eminencia
me vio cuando al insecto perseguía.

Este mamey sus frutos ofrecía
a mi pueril y cándida impaciencia,
y en campestre y feliz independencia
miré en sus troncos reflejarse el día.

En aquel techo de sonante guano
me inspiro Rosa mi primer cariño
medio rústico y medio cortesano...

¡Oh campos, al mirar tan verde aliño
el joven corazón me late ufano!
¡Hombre os bendice el que os amaba niño!


Resignación

En vano con tus bárbaros desdenes
piensas herir mi corazón de fuego:
el frenesí con que te adoro ciego
tus iras trueca en regalados bienes.

En vano por mi amor me reconvienes
y el rostro vuelves a mi estéril ruego;
y cuando acaso a tu presencia llego
coronas, cruel, de mi rival las sienes.

Cuando Efigenia sin temor veía
el paternal cuchillo enarbolado
como un favor la muerte recibía.

Y yo, sintiendo el golpe inesperado
como viene de ti, gacela mía,
beso el puñal y expiro resignado.


 
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