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Joaquín Arcadio Pagaza, México, 1839
La cumbre
¡Soledad y quietud! Monte y más monte
de verdes tilos, álamos y abetos;
grandes peñascos húmedos y escuetos
sin raudales, sin cielo ni horizonte.
No hay alondra que el rigor afronte
del crudo frío en los salvajes setos;
y el negro buitre y céfiros inquietos
se alejan antes de que el sol tramonte.
Y los robles, calada la capucha
de liquen, aunque el cierzo los azota,
mantienen con el sol eterna lucha.
La oración de la tarde
Tiende la tarde el silencioso manto
de albos vapores y húmidas neblinas
y los valles y lagos y colinas
mudos deponen su divino encanto.
Las estrellas en solio de amaranto
al horizonte yérguense vecinas
salpicando de gotas cristalinas
las negras hojas del dormido acanto.
De un árbol a otro en verberar se afana
nocturna el ave con pesado vuelo
las auras leves y la sombra vana;
y presa el alma de pavor y duelo,
al místico rumor de la campana
se encoge, y treme, y se remonta al cielo.
Crepúsculo
Lento desciende el sol y se reclina
en nubes de ámbar, rosa y escarlata;
y resuélvese en lluvia de oro y plata
de los montes lejanos la neblina.
Entre nimbos la estrella vespertina
brilla y treme; en el lago se retrata
el nublado que grácil se dilata
donde rompe la bóveda azulina.
El horizonte aclárase y remeda
voraz incendio, tinte de amaranto
el cielo cubre, el llano, la arboleda.
Y junto al nido el postrimero canto
entona embebecida el ave leda
del sol poniente en el divino canto.
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