|
|
Joaquín Soto, Honduras, 1897
Canción errante
Van cayendo los tonos amarillos
tras la sierra lejana. Y en el monte
su unánime lamento alzan los grillos
y se angustia de pena el horizonte...
Todo tiene un matiz raro y confuso
e inmóviles están todas las cosas...
En el jardín y en la arboleda puso
la tarde sus tristezas misteriosas...
De la iglesia arruinada se desprende
una lechuza que en su sordo vuelo
gira sobre la torre, granza y hiende
con su sombra la lámina del cielo.
Bala un toro a lo lejos. Su balido
tiene angustia y pesar como un lamento,
y en el vetusto murallón caído
su trémula canción suspira el viento...
Por las rendijas de las casas viejas
salen hilos de luz que dentro alumbra
y errantes por los muros y las rejas
las luciérnagas pueblan la penumbra.
Tras la gata jovial que más admiran
y que es culpa de riñas y despechos
maullando amores trágicos se miran
los gatos vagabundos por los techos.
Cruza una hembra la calle. Va tras ella
como siempre, don Juan, que el paso apura;
y arriba, en el cenit, brilla una estrella
como un diamante en una tela oscura...
¡Yo gozo mis ensueños, mis visiones
intimas, mis borrosas remembranzas
de las novias que van en mis canciones
consteladas de angustias y esperanzas!
Pienso en el porvenir vago y distante,
en la gloria, que siempre tarde llega,
en el destino del cantor errante
y en la Muerte que todo anhelo siega;
en el amor que nuestra almas muerde
con furia inevitable y sin sentido,
y que es inútil, pues su luz se pierde
en las pálidas sombras del Olvido;
en lo fugaz de nuestro nombre, llama
que extingue siempre el soplo de los años,
¡en lo difícil de domar la Fama
y en lo fácil de hallar los engaños!
Sopla el viento en las calles, se levanta
del jardín el perfume de las rosas,
y en mi estrella interior la vida canta
sus eternas canciones poderosas.
Desde un viejo portón vibra un silbido.
En las sombras un perro se lamenta,
y pone en su fantástico gemido
cierta extraña tristeza que atormenta...
Todo queda en silencio. Yo camino,
y pensando que hay alguien que me espera,
un encantado ruiseñor divino
canta en mí su canción de primavera.
Se entreabre una ventana. Se oye un leve
rumor de pasos tímidos... Y siento
en mis manos temblar su mano breve
y en mi boca sus frases y su aliento...
|
|
|