José Albertazzi Avendaño,   Costa Rica, 1892


El limpiabotas

Al caer de la tarde se moría,
como se dobla un tallo, el limpiabotas
y al mirarlo en su lecho parecía
una esperanza las alas rotas.

Pálido, débil, en su frente había
como un agonizar de ansias ignotas;
y giraban sus ojos en sombría
visión de horas oscuras y remotas.

Madre, murmuró entonce el moribundo
con un hilo de voz que fue un sollozo,
arregla mi cajón que fue en el mundo

mi único amigo y mi mejor consuelo:
voy a lustrar, radiante de alborozo,
las botas de los ángeles del cielo.


 
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