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José María Blanco White, España, 1775
La revelación interna
¿Adónde te hallaré, Ser Infinito?
¿En la más alta esfera? ¿En el profundo
abismo de la mar? ¿Llenas el mundo
o en especial un cielo favorito?
«¿Quieres saber, mortal, en dónde habito?»,
dice una voz interna. «Aunque difundo
mi ser y en vida el universo inundo,
mi sagrario es un pecho sin delito.
»Cesa, mortal, de fatigarte en vano
tras rumores de error y de impostura,
ni pongas tu virtud en rito externo;
»no abuses de los dones de mi mano,
no esperes cielo para un alma impura
ni para el pensar libre fuego eterno».
¿Qué resta al infeliz...?
¿Qué resta al infeliz que acongojado
en alma y cuerpo, ni una sola hora
espera de descanso o de mejora
cual malhechor a un porta aherrojado?
Por el dolor y la endeblez atado
me ofrece en vano su arrebol la Aurora,
el sol en vano el ancho mundo dora;
tal yazgo inmoble, en vida sepultado.
¡Infeliz! ¡Qué hago aquí? ¿Por qué no sigo
del sepulcro una voz que dice: «Abierta
tienes la cárcel en que gimes: vente»
¿Por qué? pregunto. Porque un tierno amigo
en imagen vivísima a la puerta
se alza, y llorando, dice: «No, detente».
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