José Eusebio Caro,   Colombia, 1817


Al Chimborazo

¡O monte-rey, que la divina frente
ciñes con yelmo de lumbrosa plata,
y en cuya mano al viento se dilata
de las tormentas el pendón potente!

¡Gran Chimborazo! tu mirada ardiente
sobre nosotros hoy revuelve grata,
hoy que de la alma Libertad acata
el sacro altar la americana gente.

¡Mas ay! si acaso en ominoso día
un trono levantándose se muestra
bajo las palmas de la Patria mía,

¡volcán tremendo, tu furor demuestra,
y el suelo vil que oyó la tiranía
hunda en los mares tu invencible diestra!


Hector

Al sol naciente los lejanos muros
de la divina Troya resplandecen;
los Griegos a los Númenes ofrecen
sobre las aras sacrificios puros.

Abrese el circo: ya sobre los duros
ejes los carros vuelan, desaparecen;
y al estrépito ronco se estremecen
de la tierra los quicios mal seguros.

Al vencedor el premio merecido
otorga Aquiles: el Olimpo suena
con el eco de triunfo conmovido.

¡Y Héctor, Héctor, la faz de polvo llena,
en brazos de la muerte adormecido,
yace olvidado en la sangrienta arena!


El y yo

Pude un tiempo esperar que tú me amaras;
mas mi dulce esperanza ya acabó;
que, vivo aun mas que en los pasados días,
¡arde en tu pecho tu primer amor!

Siempre la imagen del ausente amigo
está interpuesta entre nosotros dos:
su hermosa faz mi oscura faz eclipsa,
su voz contrasta con mi ronca voz.

Ingenio, orgullo, gracias, hermosura....
¡Ah! todo tiene, ¡nada tengo yo!
Sólo una cosa tengo que él no tiene:
mi enemigo mortal, ¡mi corazón!

Mi corazón, que me dictó te amara;
mi corazón, que para ti nació;
mi corazón, que al verte se estremece,
¡cual se estremece el ángel ante Dios!


 
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