José Fornaris,   Cuba, 1827


Su voz

Envuelta en alba túnica la veo
radiante de esplendor, alta la frente,
canta, y despierta con su voz ardiente
de ignota dicha el íntimo deseo.

Calla, y la sigo en grato devaneo
por un mundo de luz, y dulcemente
me parece que escucho en el ambiente
resonar el tiernísimo gorjeó.

Se aleja, y oigo el eco que distante
cual himno triste de perdida gloria
suspira lleno de pasión y llanto:

Sueño, y la miro hermosa y palpitante,
y con su imagen fija en la memoria
torno a escuchar su delicioso canto.


Mi adoración

Aquí alzando patrióticos cantares,
de estas orillas en la blanca arena,
y no en la margen del helado Sena,
ni al blando murmurar del Manzanares,

vivo feliz. Prefiero en mis hogares
el claro arroyo que entre guijas suena,
y la que grata los espacios llena
música de mis cedros y palmares.

¿Qué puede haber en el Antiguo Mundo
comparable a mis céfiros y cañas,
y al follaje sin par del bosque mío?

Adorar sólo sé mi sol fecundo,
mis colinas, mis vírgenes montañas,
y la fértil ribera de mi río.


 
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