José Benito Freijanes Martínez,   España


La mar

Esa sábana azul, voluble y cruda,
con espíritu y cuerpo de mujer,
tan caprichosa cambia hoy como ayer,
pero sigue ondulándose desnuda.

Es inconstante y es a la vez ruda;
verde el cabello gusta estremecer
lacerando la roca en su placer,
mientras danza frenética y sañuda.

El reino de Neptuno y la sirena
laten en su alma, donde los abisma.
Y, siempre entre las peñas o la arena,

anhelo su leyenda y su sofisma,
en ansia eterna de su cantilena,
pues la mar es sirena de sí misma.


El volcán

Tierra y roca elevada al fuego en ola,
monumento forjado en ascuas pleno,
en leche hirviente y luz bañado seno
por los ardientes labios de tu areola.

Flor de ámbares que, fundente en tu corola
aliento abrasador e intraterreno
con corazón catapultado en trueno,
das digno amado a tal amante sola:

¡Cómo quisiera estatua ser de sal
transparente y disuelta en tu elemento,
hecho brillante y líquido fanal..!

Y brotar ascendido al firmamento,
asunto en mil fragmentos de cristal
dispersos como estrellas en el viento.


El espejo

Hela aquí, la ventana a otro universo,
gélido límite que, transparente,
no permite alcanzar allá, a su frente,
su mundo singular al mundo inverso.

Indago su razón en su reverso,
por si en él hallo de su luz la fuente.
Pero el secreto oculta, cual silente
truco de un genio mágico y perverso.

Dos dimensiones guardan un vacío
profundo y luminoso donde, serio,
vaga aquel otro yo, detrás del frío

borde de la frontera de su imperio.
Y, viéndole, cuestiono hasta el hastío
si es él reflejo o yo, grande misterio.


 
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