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José Joaquín Olmedo, Ecuador, 1780
En la muerte de mi hermana
¿Y eres tú Dios? ¿A quién podré quejarme?,
inebriado en tu gloria y poderío,
¡ver el dolor que me devora impío
y la mirada de piedad negarme!
Manda alzar otra vez por consolarme
la grave losa del sepulcro frío,
y restituye, oh Dios, al seno mío
la hermana que has querido arrebatarme.
Yo no te la pedí. ¡Qué!, ¿es por ventura
crear para destruir, placer divino,
o es de tanta virtud indigno el suelo?,
¿o ya del todo absorto en tu luz pura
te es menos grato el incesante trino?
Dime, ¿faltaba este ángel a tu cielo?
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