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José Martí Pérez, Cuba, 1853
Quieren, ¡oh mi dolor!...
Quieren, ¡oh mi dolor! que a tu hermosura
de su ornamento natural despoje;
que el árbol pode, que la flor deshoje,
que haga al manto viril broche y cintura.
Quieren que el verso arrebatado en dura
cárcel sonante y apretada aherroje,
cual la espiga deshecha en la alta troje
o en el tosco lagar la vid madura.
No puede ser: La crónica alquilada
el paso ensaye y el sollozo, en donde
llena de untos, fingirá que implora.
El gran dolor, el alma desolada,
ni con carmín su lividez esconde,
ni se trenza el cabello cuando llora.
En un dulce estupor...
En un dulce estupor soñando estaba
con las bellezas de la tierra mía:
fuera, el invierno lívido gemía,
y en mi cuarto sin luz el sol brillaba.
La sombra sobre mí centelleaba
como un diamante negro, y yo sentía
que la frente soberbia me crecía,
y que un águila al cielo me encumbraba.
Iba hinchando este gozo el alma oscura,
cuando me vi de súbito estrechado
contra el seno fatal de una hermosura,
y al sentirme en sus brazos apretado,
me pareció caer desde la altura
y rodar por la tierra despeñado.
Dentro de mí
Dentro de mí hay un león enfrenado:
De mi corazón he labrado sus riendas:
Tú me lo rompiste: cuando lo vi roto
me pareció bien enfrenar a la fiera.
Antes, cual la llama que en la estera prende,
mi cólera ardía, lucía y se apagaba:
Como del león generoso en la selva
la fiebre se enciende; lo ciega y se calma.
Pero, ya no puedes: las riendas le he puesto
y al juicio he subido en el león a caballo:
La furia del juicio es tenaz: ya no puedes.
Dentro de mí hay un león enfrenado.
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