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José Antonio Ochaíta, Honduras
Los besos que yo te di
Aunque entres en una alberca
de agua fría y arrayanes
que lleve disueltas, dentro,
columnas, estrellas y aire;
aunque te frotes, después,
amontonando tu sangre,
con hilos recién hilados
que crujan al desdoblarse;
aunque en vez de agua, prefieras
pez, para purificarte,
y entres en una cisterna
de pez, de brea y de almagre,
de esas que funden troqueles
porque se tragan metales....;
aunque con buriles nuevos
acuñen, nueva, tu imagen
y un sayón bartolomeo
piel a túrdigas te arranque;
aunque nacieras de nuevo
en el vientre de tu madre
y el Padre Santo de Roma
de nuevo te cristianase,
los besos que yo te di,
no te los limpiará nadie,
que vas reluciendo a besos,
pregonando su linaje,
brillando y oscureciendo
como una luna en dos fases
que nunca apaga el creciente
aunque lo quiera el menguante.
...¡La saliva de mis besos
no se pegó a la carne...!
...Si se hubiera pegado
arrancarla fuera fácil
y pisotearla luego,
¡cosa de "Buenos" amantes...
...Pero no fue pegadiza;
no fue postura de traje
que en una feria se compra
y en otra feria se añade
y, cuando pesa, se cambia
conforme va el almanaque
con un cuarenta de mayo
que no quiere sofocarse...
¡La saliva de estos besos
te cimentó de raigambre;
la respiraron tus huesos;
la sorbieron tus hijares;
te clareó las entrañas;
te hizo crecer y esponjarte
como crecen y se esponjan
los chopos entre arroyales...
Lo canijo de tu vida
tuvo un apoyo de jaspe:
¡Mis besos!
...Y el hambre tuya
dejo de ser malas hambres
con mis besos...
La ceniza apegujada en tus llares
tuvo una lumbre:
¡Mis besos!
...Tu palabra, sin engarce,
tuvo gramática,
¡besos! que son más que frases...
¡frases! de un evangelio de lumbre
con nuestras dos iniciales...
¿Qué tienes que no estuviera
metido en mis venas antes?
¡Si eras cañamazo torpe;
hilaza que se deshace
y en los labios tuve agujas
divinas, para bordarte
de la camisa al pañuelo,
desde el tuétano a la sangre...!
...Si alguien te advirtió algún día
no fué por tí... ¡tú lo sabes!
–que tú eras de humo dormido
que no acierta ni a cuajarse...
Fue, porque yo te mostré
en un fanal delirante;
¡en este fanal de besos
–alto, denso, claro y grave–
Y dentro de él, relucías
tú, –¡que eras tristeza mate!–
como reluce una Hostia
que acaba de consagrarse,
que es pan y no es pan, porque
se amasó de eternidades...!
...¡Y ahora, quítate esos besos!,
¡date alquitrán y vinagre!,
¡entra en un río de greda
o en una selva de sables...!;
busca otros besos, que pongan
en los míos antifaces...
¿Que vas a conseguir, di;
si habrían de machacarte
y en el polvo de tus huesos
quedarían mis señales...?
...El agua se irá burlada;
la lumbre quemará en balde;
se mellarán las navajas;
caerán las caretas fáciles;
te señalarán cien dedos
–¡diana de los cobardes!–
y hasta el día que en la tierra
con otra tierra te tapen,
por encima del montón
mis besos han de notarse:
vivos ¡aunque te hayas muerto!;
nuevos ¡aunque tú te acabes!;
calientes ¡aunque te enfríes!;
verdad, ¡aunque los negaste!...,
para que Dios te conozca
por lo bizarro del traje
y sean los besos mios
–¡al cabo!– los que te salven...
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