José Rafael López Rosas,   Argentina, 1920


Ardo de soledad

Ardo de soledad por mi costado
y un río mineral se hunde en mis venas,
y de mi soledad hasta mis penas
voy cayendo de un lado hacia otro lado.

Me acerco al universo enamorado
y el desamor me abate en sus arenas,
y de toda mi voz me queda apenas
un eco solitario y destemplado.

Pero escuchado al silbo de partida,
ya vueltas mis espaldas a la vida,
cuando muere la flor y todo es vano…

Aunque aquí no aprendí más que a perderte,
llevaré cuando marche hacia la muerte
tu corazón latiendo entre mis manos.


Y una tarde me iré

Y una tarde me iré. Sombra liviana
penetraré en la noche neblinosa,
el alma en soledad avariciosa
y la muerte más muerte y más humana.

Me quedaré en el viento, en la lejana
penumbra, en la nostalgia de las cosas,
en este olvido y esta misteriosa
sobrevivencia de la arcilla humana.

Me quedaré en las sombras, junto al río,
en las hojas del árbol, murmurando
muy cerca de tu voz y de tu brío.

Así, cuando me vayas recordando
no sientas como todos ese frío
y dudes si me fui o estoy llegando.


 
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