José Coronel Urtecho,   Nicaragua, 1906


Credo

Gracias porque abro los ojos y veo
la salida del sol, el cielo, el río
en la mañana diáfana de estío
que llena hasta los bordes mi deseo.

Gracias, Señor, por esto que poseo
que siendo sólo tuyo es todo mío
aunque hasta una gota del rocío
para saber que es cierto lo que creo.

Creo que la belleza tan sencilla
que se revela en esta maravilla
es reflejo no más de tu hermosura.

Qué importa pues que esta belleza muera
si he de ver la hermosura duradera
que en tu infinito corazón madura.


A un roble

Un desmedrado roble sin verdor
que seco ayer a todos parecía,
hijo del páramo y de la sequía,
próxima víctima del leñador,

Que era como una niña sin amor
que en su esterilidad se consumía,
con la lluvia de anoche –¡oh, qué alegría!–
ha amanecido esta mañana en flor.

Yo me he quedado un poco sorprendido
al contemplar en el roble florido
tanta ternura de la primavera,

Que roba en los jardines de la aurora,
esas flores de nácar con que enflora
los brazos muertos del que nada espera.


Sol de invierno

Cuando ha llovido toda la mañana
y el sol, de pronto asoma y dora el llano,
–y parece que el ángel del verano
cae sobre el invierno y lucha y gana–

Y el cielo se abre, el campo se engalana
y el viento barre hasta el confín lejano,
para mirar del sol el rostro ufano
con cuánto gozo te abro mi ventana!

Entra el sol y mi cuarto se ilumina,
se despeja el fastidio, huye la pena
queda el alma límpida y serena.

Más qué pronto la dicha se termina!
La alegría del sol brilla un momento:
vuelve la oscuridad, la lluvia, el viento.


 
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