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Juan Bautista de Arriaza, España, 1770
Las señas
Perdí mi corazón –¿lo habéis hallado,
ninfas del valle en que penando vivo?–
ayer andando solo y pensativo,
suspirando mi amor por este prado.
Él huyó de mi pecho desolado
como el rayo veloz, y tan esquivo
que yo grité: "Detente, ¡oh fugitivo!"
y ya no lo vi más por ningún lado.
Si no lo conocéis, como en un ara
arde en él una hoguera, y cruda herida
por víctima de Silvia lo declara.
Dadlo, por vuestro bien, que esa homicida
lo hizo tan infeliz que donde para
mi corazón, ya no hay placer ni vida.
La guarida del amor
Amor, como se vio desnudo y ciego,
pasando entre las gentes mil sonrojos,
pensó en buscar unos hermosos ojos
donde vivir oculto y con sosiego.
¡Ay Silvia!, y vio los tuyos, vio aquel fuego
que rinde a tu beldad tantos despojos,
y hallando satisfechos sus antojos,
en ellos parte a refugiarse luego.
¡Qué extraño es ver ya tantos corazones
rendir, bien mío, los soberbios cuellos,
y el yugo recibir que tú les pones,
si a más de que esos ojos son tan bellos,
está todo el Amor con traiciones,
haciéndonos la guerra dentro de ellos!
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