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Juan Cristobal Nápoles Fajardo, Cuba, 1829
A Julia
Si la brillante luz que el sol fulgura
en lóbrego color se convirtiera,
y el claro azul de la celeste esfera
se trocara también en sombra oscura;
si deshecho en pedazos de la altura,
el fanal de la noche descendiera,
y vagar por el orbe no se oyera
el soplo tenue de la brisa pura;
si en breñal se tornara el mar profundo
y la tierra quedara de repente
convertida también en lago inmundo.
Entonces mi pasión pura y ardiente,
para ti de una vez se extinguiría
entonces no te amara, ¡Julia mía!
A la luna
Melancólica y triste te suspendes
hacia el cenit del tachonado cielo,
y por todos los ámbitos del suelo
tu blanca luz y tu furor extiendes.
El mar azuleo con tu brillo hiendes;
en él refleja tu amarillo velo;
y luego ¡oh, Luna! con sereno anhelo,
del sol las huellas al seguir desciendes.
Si mudo te contemplo, de repente
se disipan del todo mis enojos,
y con mi plectro débil yo te canto;
porque, cuando tú brillas mansamente
puedo yo contemplar los dulces ojos
de la bella mujer que adoro tanto.
Al sol
Al asomarte ¡oh,Sol! por el Oriente
con bellos y radiantes resplandores
los árboles, las plantas y las flores
reviven en tu llama refulgente.
Las sombras de la noche de repente
disipas con tus mágicos colores,
alegras todo el orbe, y mil primores
nos brindas con tu luz resplandeciente.
¡Oh, Sol hermoso! Lumbre diamantina
derramas con ardiente señorío,
desde el Oriente a Ocaso tu rutina.
¡Fúlgido Sol, a mi existir sombrío
arranca, desvanece mi tristura,
infundiéndome luz con tu luz pura.
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