Juan Pablo de Marsilio Peña,   Uruguay, 1963


A mi esposa

Quiero verte dormir y desvestirme
de los disgustos nuestros más recientes,
de los cansancios míos, reincidentes,
y de las muchas ganas de morirme.

Quiero tratar de reinventar los dientes
para verme en tu espejo y sonreírme.
Quiero, si no a tu imagen, reconstruirme
por lo menos según pautas congruentes

con la tu mucha dulce donosura.
Quiero verte dormir y alimentarme
de la paz especial que siento al verte.

Quiero velar y verte aunque mi oscura
cansera antigua insista en reclamarme.
Ya después dormiré. Toda una muerte.


La ausencia de la flor...

La ausencia de la flor, algunas veces,
provoca la presencia del perfume:
lo goza la nariz cuando lo asume
sin ponerse a pensar en pequeñeces

como esa de si está o no está la flor.
Algunas veces pétalos ausentes
sueltan perfumes mucho más potentes,
muestran mayor verdad en su color.

¿Habrá estado la flor ante la vista
alguna vez o siempre se ha tratado
de una flor que el deseo se ha inventado

para no ver la nada desprovista
de toda flor? No sé. Pero persisto
en gozar de la flor. Porque yo existo.


Castillo

Tras veinte o treinta años
de acarreo de piedras y dura labor,
de sudor y sangre,
en medio de esta tierra hubo un castillo
de opresión y poder
que dominó sin visible mella
como dos o tres siglos,
que fue decayendo tres o cuatro más
y que luego, desierto, por otros cinco o seis
se fue desmoronando lentamente hasta que
tan solo quedaron estos versos antiguos
que cantan que una vez hubo un castillo
y que el viento es más sólido y duradero
que los muros de piedra y el orgullo.


 
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