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Juan Crisóstomo Lafinur, Argentina, 1797
A una rosa
Señora de la selva, augusta rosa,
orgullo de septiembre, honor del prado,
que no te despedace el cierzo osado
ni marchite la helada rigurosa.
Goza más: a las manos de mi hermosa
pasa tu tronco; y luego el agraciado
cabello adorna, y el color rosado,
al ver su rostro, aumenta vergonzosa.
Recógeme estas lágrimas que lloro
en tu nevado seno, y si te toca
a los labios llegar de la que adoro,
también mi llanto hacia su dulce boca
correrá, probaralo, y dirá luego:
esta rosa está abierta a puro fuego.
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