Juan Diéguez Olaverri,   Guatemala, 1813


A los Cuchumatanes

¡Oh cielo de mi Patria!
¡Oh caros horizontes!
¡Oh azules altos montes,
oídme desde allí!
¡El alma mía os saluda,
cumbres de la alta sierra,
murallas de esa tierra
donde la luz yo ví!
Del sol desfalleciente
a la última vislumbre
vuestra elevada cumbre
postrer asilo dá
cual débil esperanza
allí se desvanece
ya más y más fallece,
y ya por fin se vá.
En tanto que la sombra
no embarque el firmamento
hasta el postrer momento
en vos me extasiaré;
que así como esta tarde,
de brumas despejados,
tan limpios y azulados
jamás os contemplé.
Cuan dulcemente triste
mi mente se extasía,
¡oh cara Patria mía,
en tu aspero confín!
cual cruza el ancho espacio,
ay Dios, que me separa
de aquella tierra cara
de América el jardín.
En alas del deseo,
por esa lontananza,
mi corazón se lanza
hasta mi pobre hogar.
¡Oh dulce madre mía
con cuanto amor te estrecho
contra el doliente pecho
que destruyó el pesar!
¡Oh vosotros que al mundo
conmigo habeis venido,
dentro del mismo nído
y por el mismo amor;
y por el mismo seno
nutridos y abrigados,
con los mismos cuidados
arrullos y calor!
¡Amables compañeros,
a quienes el alma infancia
en su risueña estancia
jugando me enlazó
con lazo tal de flores,
que ni por ser tan bello,
quitárnosle del cuello
la suerte consiguió!
Entro en el nido amante,
vuelvo al materno abrigo,
¡oh, cuanto pecho amigo
yo siento palpitar,
en medio el grupo caro,
que en tierno estrecho nudo,
llorar tan solo pudo
llorar y más llorar!
¡Oh cielo de mi Patria!
¡Oh caros horizontes!
¡Oh ya dormidos montes
la noche ya os cubrió.
¡Adios, oh mis amigos,
dormid, dormid con calma
que las brumas en el alma
ay, ay las llevo yo!


 
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