Juan E. O’Leary,   Paraguay, 1879


En el natalicio patrio

¡Patria! Yo no te olvido en este día,
y evocando tu fausto natalicio
siento todo tu horrendo sacrificio
y tu tristeza es la tristeza mía.

Ante tanto esplendor que me rodea,
en esta Roma de sin par historia,
siento el orgullo de tu inmensa gloria
y adoro, más que nunca, tu bandera.

Mi vida entera consagré a tu culto,
por tu honor me batí como un soldado,
ignoré en tu defensa el desaliento...

Y la calumnia, el odio y el insulto,
que mi largo camino han jalonado,
hoy los trofeos son que te presento.


Don Quijote en el Paraguay

... Y un día don Quijote pasó por nuestra tierra,
en ideal cruzada, cruzado caballero,
erguido en los estribos, el continente fiero,
por la razón negada y la justicia en guerra.

Y en la vasta llanura y en la empinada sierra
aún queda de su paso, marcada en el sendero,
la señal sanguinosa del luchar tesonero
contra la fuerza bruta, cuyo poder aterra.

De su lanza en astillas los restos dispersados;
de su espada en pedazos los añicos violados,
a los flacos del mundo ya no defenderán;

¡que, tras de cinco años de lidiar, temerario,
frente a triple enemigos sucumbió solitario,
orgulloso y altivo, junto al Aquidabán!


La Marsellesa

Himno, plegaria, reto, clamor, voto sagrado,
implacable anatema, grito de libertad,
La Marsellesa llega, bramando, del pasado,
como si en ella hablara toda la humanidad.

Esculpida en el Arco sublime de la Estrella,
frente a la efigie regia del isleño inmortal,
parece en este día convertirse en centella
y pasar sobre el mundo en un vuelo triunfal.

Iracundos rumores de muchedumbre fieras,
redobles de tambores, desfiles de banderas,
tronar de los cañones y toques de clarín;

la purificadora hoz de la guillotina,
del humano derecho la cifra diamantina...
Todo eso hoy, Francia, evoca tu cántico viril.


 
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