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Leopoldo Lugones,   Argentina, 1874 
  
Delectación amorosa
  
              
La tarde, con ligera pincelada 
que iluminó la paz de nuestro asilo, 
apuntó en su matiz crisoberilo 
una sutil decoración morada.
  
Surgió enorme la luna en la enramada; 
las hojas agravaban su sigilo, 
y una araña en la punta de su hilo, 
tejía sobre el astro, hipnotizada.
  
Poblóse de murciélagos el combo 
cielo, a manera de chinesco biombo; 
tus rodillas exangües sobre el plinto
  
manifestaban la delicia inerte, 
y a nuestros pies un río de jacinto 
corría sin rumor hacia la muerte. 
  
Alma venturosa
  
Al promediar la tarde de aquel día, 
cuando iba mi habitual adiós a darte, 
fue una vaga congoja de dejarte 
lo que me hizo saber que te quería.
  
Tu alma, sin comprenderlo, ya sabía... 
Con tu rubor me iluminó al hablarte, 
y al separarnos te pusiste aparte 
del grupo, amedrentada todavía.
  
Fue silencio y temblor nuestra sorpresa; 
mas ya la plenitud de la promesa 
nos infundía un júbilo tan blando,
  
que nuentros labios susiraron quedos... 
y tu alma estemecía  en tus dedos 
como si se estuviera deshojando. 
  
Oceánida
  
El mar, lleno de urgencias masculinas, 
bramaba alrededor de tu cintura, 
y como un brazo colosal, la oscura 
ribera te amparaba. En tus retinas
  
y en tus cabellos, y en tu astral blancura 
rieló con decadencias opalinas 
esa luz de las tardes mortecinas 
que en el agua pacífica perdura.
  
Palpitando a los ritmos de tu seno 
hinchose en una ola el mar sereno; 
para hundirte en sus vértigos felinos
  
su voz te dijo una caricia vaga, 
y al penetrar entre tus muslos finos 
la onda se aguzó como una daga. 
  
 
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