Luis Angel Casas,   Estados Unidos


La cana

Ayer mi mano recogió una cana.
La recogió del aire en que venía,
volando desde incierta lejanía,
a posarse quizás en mi ventana.

Y pregunté a la luz de la mañana
si la sutil viajera no sería,
en vez de ajena cana, cana mía,
y si en vez de venir, íbase ufana.

La luz no contestó. Yo tuve miedo;
y, poniendo la cana sobre un dedo,
la soplé con mi aliento más sonoro...

Y vi cómo, robándola en el aire,
el sol me hacía el singular desaire
de convertir la cana en rayo de oro.


 
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