Luis Aguilar Poveda,   Cuba


La canción de Elcino

Elcino, el buen pastor, con la manada huraña
de cabras, paso a paso, cruzó el valle florido;
vibró en los aires puros su peculiar silbido,
y al oírle siguiéronle, camino a la montaña.

Al oír un lejano cantar de pipitaña
recordó la tragedia de su amor sin olvido;
requirió de sus hombros el rabel, y mordido
por la pena, llamó su tierna musa extraña.

En mitad de su música miró que amanecía:
Toda, toda la noche, su canto suprahumano
relató en la montaña su enorme desconsuelo...

Quebró Elcino el rabel con su larga armonía,
y cuando la postrera cuerda rompió su mano,
tras la última nota su alma voló al cielo.


La Marquesa recuerda

Lentamente, la hastiada marquesa envejecida
abre el cofre de ébano de las cartas antiguas,
y al mirarlas recuerda mil pasiones exiguas
que en lejanos minutos le encendieron la vida.

Suspirando, lee cartas de los hombres que un día
por su causa alojáronse una bala en la frente;
y no ocultan sus ojos el orgullo que siente
viendo el trágico libro de su historia sombría.

Dice: «¡Oh, aquel monarca, que en romántico exceso
me daba su reinado, tan sólo por un beso...!»
«¡Oh, aquel conde Learnes, que murió en la querella...!»

Cierra el cofre que guarda lo que llama su gloria,
y, cruelmente orgullosa, repasa en su memoria,
uno a uno, los hombres que murieron por ella.


 
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