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Manuel del Palacio, España, 1831
Mi lira
En cada corazón hay una lira
cuya voz nos aflige o nos encanta;
cuando la pulsa el entusiasmo, canta;
cuando la hiere la maldad, suspira.
Ruge al contacto de la vil mentira;
el choque de la duda la quebranta,
y al soplo del amor y la fe santa,
himnos entona, con que al mundo admira.
Yo la mía probé, y estoy contento:
¡Bendito tú, Señor, que me la diste
templada en la bondad y el sentimiento,
y las cuerdas en ella no pusiste
del necio orgullo, del afán violento,
del odio ruin y de la envidia triste!
En un calabozo
¡Cuán triste debe ser y cuán amargo
vivir en este sucio asilo estrecho,
sintiendo sin cesar dentro del pecho
de la airada conciencia el justo cargo!
¡Cuántas horas de angustia y de letargo
ofrecerá al culpable el duro lecho,
y cuántas, ¡ay! en lágrimas deshecho
de su existencia el fin hallará largo!
Pero a mí, ¿qué me importa tu tristeza?
Como en almohada de caliente pluma
reclino en tu tarima mi cabeza:
la culpa, no el castigo, es lo que abruma,
y rompe mi virtud toda vileza
como el alto bajel rompe la espuma.
Amor oculto
Ya de mi amor la confesión sincera
Oyeron tus calladas celosías,
Y fue testigo de las ansias mías
La luna, de los tristes compañera.
Tu nombre dice el ave placentera
A quién visito yo todos los días,
Y alegran mis soñadas alegrías
El valle, el monte, la comarca entera.
Sólo tú mi secreto no conoces,
Por más que el alma con latido ardiente,
Sin yo quererlo, te lo diga a voces;
Y acaso has de ignorarlo eternamente,
Como las ondas de la mar veloces
La ofrenda ignoran que les da la fuente.
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