Manuel Gutiérrez Nájera,   México, 1859


Para entonces

Quiero morir cuando decline el día,
en alta mar y con la cara al cielo;
donde parezca un sueño la agonía,
y el alma, un ave que remonta el vuelo.

No escuchar en los últimos instantes
ya con el cielo y con el mar a solas,
más voces ni plegarias sollozantes
que el majestuoso tumbo de las olas.

Morir cuando la luz triste retira
sus áureas redes de la onda verde,
y ser como ese sol que lento expira:
algo muy luminoso que se pierde ...

Morir, y joven: antes que destruya
el tiempo aleve la gentil corona;
cuando la vida dice aún: soy tuya,
aunque sepamos bien que nos traiciona.


Entre el cielo y la tierra

Que la ciencia me niegue su consuelo,
me preocupa, me inquieta y me consterna,
pues no aborda, esotérica y eterna
esa esencia supuesta que va al cielo.

Que alce, vil la materia, su señuelo
a algún ánima pura y sempiterna,
no es motivo tangible que discierna
quien en pos de evidencia ponga el celo.

Yo consciente del ave que, palpable,
vierte señas cabales de su vuelo;
y del hombre que habita, imperturbable,

cuando muerto la cárcava del suelo;
me conformo con este desconsuelo
de no estar bajo tierra ni en el cielo.


Anhelo

Como ilustre consigna incitadora
das tu leño al hogar de la pasión,
para quien, atizando su tesón,
enardece la brasa emprendedora.

Caudalosa tormenta instigadora
que anegando al estéril corazón,
fertilizas la tierra de la acción
y alimentas su flor ensoñadora.

Le confieres la gracia de tu sueño
al que insiste con ansia y con empeño,
y utopías falaces, reales son.

Mas aquel que camina con desgano,
sólo avista en las señas de tu mano,
un esbozo de lúgubre ilusión.


 
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