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Manuel José Quintana, España, 1772
Tú pusiste una flor...
Tú pusiste una flor pura y graciosa
en la corona que adornó mi frente,
y a mí es muy grato en la ocasión presente
ceñir tus sienes de flamante rosa.
Vas, amable Pilar, a ser esposa,
consagrando en las aras de Himeneo
tu libertad y gracias juveniles.
¡Dichoso a quien se guarda este trofeo!
Yo, aunque agobiado con ochenta abriles,
tomo, cual debo, parte en tu alegría
y en débil, sí, pero sincero acento,
tu nombre doy para aplaudirle al viento,
y acompaño tu triunfo en ese día.
No con vana lisonja...
No con vana lisonja y blando acento
me quieras engañar, huésped del prado;
yo no soy lo que fui: rigor del hado
me condena por siempre el escarmiento.
Nunca lozana a su primer contento
la planta vuelve que truncó el arado,
por más que al cielo le merezca agrado
y que amoroso la acaricie el viento.
Anda, pasa adelante; en otras flores
más ricas de fragancia y más felices
pon tu dulce cuidado y tus amores:
Que es ya en mí por demás cuanto predices,
pues el aire del sol con sus ardores
quemó hasta la esperanza en sus raíces.
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