Manuel Navarro Luna,   Cuba, 1894


¡Adelante!

Era joven y fuerte. Y yo sé que tenía
La obsesión de una estrella que fulgía
En la sombra de un cielo horripilante.
Dicen que estaba loco, porque sólo sabía
Mirarla y exclamar: ¡Adelante…! ¡Adelante…!

En la mazmorra fúnebre donde fue sepultado
En una noche horrenda, y allí martirizado
Por la guardia feroz y repugnante,
Se levantó del suelo ensangrentado
Para exclamar tan solo: ¡Adelante…! ¡Adelante…!

Aunque nada en las sombras se despierte
Sobre la llama inerte,
Siempre se escuchará su clamor delirante
Sobre los propios hierros de la muerte;
¡Adelante…! ¡Adelante…!


 
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