Manuel Maples Arce,   México, 1898


Puerto

Llegaron nuestros pasos hasta la borda de la tarde;
el Atlántico canta debajo de los muelles
y presiento un reflejo de mujeres
que sonríen al comercio
de los países nuevos.

El humo de los barcos
desmadeja el paisaje;
brumosa a travesía
florecida de pipas.
¡Oh rubia transeúnte de las zonas marítimas,
de pronto eres la imagen
movible del acuario!

Hay un tráfico ardiente de avenidas
frente al hotel abanicado de palmeras.

Te asomas por la celosía
de las canciones
al puerto palpitante de motores
y los colores de la lejanía
me miran en tus tiernos ojos.

Entre las enredaderas venenosas
que enmarañan el sueño
recojo sus señales amorosas;
la dicha nos espera
en el alegre verano de sus besos;
la arrodilla el océano de caricias,
y el piano
es una hamaca en la alameda.

Se reúne la luna allá en los mástiles,
y un viento de ceniza
me arrebata tu nombre;
la navegación agitada de pañuelos
y los adioses surcan nuestros pechos,
y en la débil memoria de todos estos goces
sólo los pétalos de sus estremecimientos
perfuman las orillas de la noche.


 
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