Manuel Mur Oti,   España, 1908


Duelo en la cañada

¿Qué cómo fue, señora?
Cómo son las cosas cuando son del alma.
Ella era muy linda y él era muy hombre.
Y yo la quería y ella me adoraba.
Pero él, hecho sombras, se me interponía.
Y todas las noches junto a su ventana
fragantes manojos de rosas había.

Y cuando las sombras cubrían las cosas
y en el ancho cielo la luna brillaba,
de entre las palabras brotaba su canto
y como una flecha llegaba a su casa.

¡Cómo la quería!
¡Cómo le cantaba sus ansias de amores
y cómo vibraba con él su guitarra!
y yo tras las palmas con rabia le oía
y entre canto y canto colgaba una lágrima,
lágrima de hombre, no crea otra cosa,
que los hombres lloran como las mujeres
porque tienen débil como ellas el alma.

No pude evitarlo... la envidia es muy negra
y la pena de amor es muy mala
y cuando la sangre se enrabia en las venas
no hay quien pueda, Señora, calmarla.

Y una noche oscura ¡lo que hacen los celos!
Lo esperé allá abajo junto a la cañada.
Retumbaba el trueno, llovía y el río,
igual que mis venas, hinchado bajaba.
Al fin a lo lejos lo vi entre las sombras.
Venía cantando su loca esperanza.
En el cinto, colgado el machete.
Bajo el brazo, la alegre guitarra.

Se acercó a mi lado, tranquilo, sereno;
me clavó en los ojos su fría mirada.
Me dijo: –¿Me esperas?
Le dije: –Te espero.
Y no nos hablamos ni media palabra.
¡Qué era bravo el hombre!
¡Bravo cual los machos!
¡Y los hombres machos pelean, no hablan!

¿Cómo la quería?
El machete dijo su amor y sus ansias.
Roncaba su pecho, brillaban sus ojos;
y entre golpe y golpe ponía su alma.
No fue lucha de hombres, fue lucha de toros;
eso bien lo sabe la vieja cañada.
Pero más que el amor y el ensueño
pudieron la envidia y la rabia.

Y al fin mi machete lo dejo tendido
sobre su guitarra...
No tema, Señora, son cosas pasadas.
Todavía en el suelo me dijo llorando:
¡quiérela, qué es buena,
quiérela, que es santa,
quiérela, como yo la he querido,
que aunque muero, la llevo metida en el alma!

Y tuve celos, Señora, del que así me hablaba;
tuve celos de aquel que moría
y aún muriendo la amaba.
Y la sangre cegó mis pupilas.
Y el machete en la mano temblóme con rabia
Y lo hundí en su pecho con odio y con furia
y rasgué su carne buscándole el alma.
Porque en el alma se llevaba mi hembra,
y yo no quería que se la llevara.


 
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