Marcos Rodríguez Frese,   Puerto Rico, 1941


Madrigal

Dulce eclosión amante de lo amado:
¡Ay! este nacimiento indetenible...
¡Tanta copia de aurora en lo ostensible
de este perfil de nubes circundado!

Está de vida el mundo ya aireado
con toda su canción de luz posible.
El aire está refresco y definible,
tocado por tu cuerpo, el intocado.

La luz me llega pura y desatada,
provocándome en raptos celestiales
a inclinarte la sangre que me mueve.

Y vocea mi voz que está callada
de tantas alegrías virginales
ante la creación que de ti llueve.


Digo

Digo mi nombre con mi voz,
y canto:
Para el muchacho solo,
sin guitarra.
Para la adolescente sin amigo
de domingo.
Para este hombre de calor
y hambre,
con su corazón gris como una brasa.
Y para la mujer con un niño
que duerme
sobre el pecho mordido.
Para el anciano puro sin remedio
que ve al hijo marchar
con su misma tristeza.
Para la vieja frágil
como una rama seca
y curvada de arrugas.
Aquí canto. Digo
mi nombre simple
para que todos sepan
lo que amo.


Caracol

Como dentro de un caracol
me apego a ti
negando que haya un tiempo de este día.

Falta el aire, el destino, una sonrisa,
y nada se aborrece
más que la claridad.

No creo que tengas salud en tus brazos,
porque te impido que puedas ejercitarlos.
Nada, no obstante, imita más tu sombra
que los remansos del río ante la luz del monte.

Yo me apego a ti para romper tu magia,
a que el gusano sepa que algo más trae el día,
para que el caracol no deje entrar la luz,
porque tu sombra viaja.


 
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