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María Alicia Domínguez, Argentina
Despertar
En aquel bosque en flor junto a la fuete
yo era de bronce. Los ocasos de oro
fulgiendo en mí, volcaban su tesoro
sobre las aguas, en un fuego ardiente.
Yo era insensible al aire azul y al coro
de las ninfas del bosque y al silente
espíritu nocturno que en mi frente
prendía gemas de rocío y lloro.
¿De dónde, en alas de la sombra, vino
a mí, diciendo, aquella voz extraña:
«¿Dormida está en el mundo floreciente?»,
abierto el horizonte en mi destino
se despertó mi endurecida entraña
y me puse a llorar sobre la fuente...
Caminos de la sierra
Caminos de la sierra, álamo fresco,
voy dejando mi pena en cada espina.
Si un árbol mustio fui, ya reverdezco
y me abro al sol con emoción prístina.
Sorbí agriso jugos de la tierra y crezco.
De mi propia alma, fluye cristalina
esta ansiedad de amor, con que me ofrezco
al surco, al viento, en comunión divina.
Está el aire dorado, azul el cielo.
Sobre los montes flota el glauco velo
de la neblina que a la luz se irisa.
Y entre la paz, que en un sopor me envuelve,
un eco del recuerdo que a mí vuelve
rojea, como brasa entre ceniza.
Canción de la humana esperanza
No todo está perdido, pues nos queda
la luz de este crepúsculo morado,
el viento de la tarde en el sembrado,
algún racimo..., el sol tras la arboleda.
Somos felices mientras que se pueda
mirar el fuego vivo de un dorado
mundo sobre las sombras derramado.
No todo está perdido; algo nos queda.
Verdad que no oficiamos en el ara
del templo idealizado aquella cara
religión que en silencio es nuestra y arde.
No es la tierra lugar propicio al vuelo...
Pero, ¡cómo nos va llevando al cielo
este lento morirnos tarde a tarde!
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