Mariano Riera Palmer,   Puerto Rico, 1860


Zorrilla

Hispano ruiseñor de gran terneza;
raudal de inspiración que no se agota;
espíritu de luz que, altivo, flota
en el cielo gentil de la belleza.

La lira manejó con tal destreza
que no ha de verse para el mundo rota;
y vibrarán los ecos de su nota
donde reine el sentir en su pureza.

Nos ofrece en «El Cid» un buen diamante;
una perla oriental en su «Granada»,
y en «Tenorio», el aliento de un gigante.

Como al mundo corona la alborada,
ese ingenio dulcísimo y brillante
¡en vida, vio su frente coronada!


En la brecha

¡ Aquí estoy, en la brecha! Nadie intente
que ceje una pulgada en mi camino:
no doblo ante los déspotas la frente,
ni tiemblo ante los golpes del destino.

Y nunca me veréis ante el soborno
Cual vencido que rinde su homenaje;
No quiero la maldad en mi contorno,
Ni el poder me seduce con su traje.

Con todo cuanto el bien exhibe escrito
Mi espíritu en el mundo se recrea,
Y se envuelve en la luz de lo infinito
Con el ropaje augusto de la idea.

Si el reptil en sus giros por el suelo
De su baba espumosa deja rastros,
Como águila caudal dirijo el vuelo
A la región serena de los astros.

No temo a la calumnia ni a la envidia,
Y al cobarde malvado tengo pena:
Las torres que levanta la perfidia
Se deshacen lo mismo que la arena.

De la pasión no temo a los pantanos,
Aunque en ellos germine la impostura;
Lo mismo que el diamante son mis manos
Y el lodo no mancilla su blancura.

El arrastrar un fardo de miseria
bien poco importa a la existencia mía:
mi culto no se rinde a la materia,
ni es mi altar miserable hipocresía.

No envidio la grandeza ni la Gloria;
Tributo admiración a la grandeza,
Y de la Gloria canto la Victoria
Con el astro inmortal de la nobleza.

No desprecio al humilde : él es mi hermano,
Mas al servil y al opresor fustigo;
A todo el que me acepta doy la mano
Y bien por mal devuelvo al enemigo.

El odio mi conciencia no ha manchado;
Que en mi pecho no prende esa semilla,
Y ante el dios del deber tengo inclinado
El corazón, la frente y la rodilla.

En la lucha feroz que las pasiones
Sostienen con mi ser a cada instante,
Aunque rudas me embisten cual leones,
Las destroza mi aliento de gigante.

Y cuando el triunfo logro en la contienda
Y coronan mi frente los laureles,
Los consagro gustoso como ofrenda
A los hombres que al bien han sido fieles.

Es mi lema el amor; el bien mi guía
Admiro las virtudes y el talento
Que alumbra como el sol a medio día
El espacio sin fin del pensamiento.

Para colmar mi anhelo yo quisiera
Ver de los parias la coyunda rota:
Si a conseguirlo suficiente fuera,
Yo trocara en mil dardos cada nota.

Si hay quien intente en el oprobio hundirme
El perdón le prodigo a manos llenas,
Y de calma procuro revestirme,
Trocando en miel la sangre de mis venas.

Admito como dogma verdadero
De la Razón el inefable arrullo,
Que la virtud empieza en el lindero
Donde acaba el dominio del orgullo.

El estruendo del mundo y sus placeres
Arriban vagamente a mis oídos,
Y el concierto gentil de los deberes
Proporciona a mi ser gratos sonidos.

En defensa del débil presto acudo;
De dignidad fabrico una trinchera;
La justicia es mi espada, el bien mi escudo
Y la virtud me sirve de bandera.

Con la fe y el trabajo el hombre alcanza
Todo cuanto de Dios recibe el beso:
La luz de la Concordia y la bonanza,
El sol de redención y de progreso.

¡Y así estoy en la brecha!¡Nadie intente
que ceje una pulgada en mi camino:
no doblo ante los déspotas la frente,
ni tiemblo ante los golpes del destino!


 
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