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María Sanz, España, 1956
Alborada
Tristes mis ojos, triste la alborada,
triste porque mi cuerpo se despoja
del tuyo, despertar donde se aloja
toda la soledad inexplicada.
Muerte del corazón, luz agotada,
tu aliento entre mi pecho, y esa hoja
marchita en su dolor, porque se moja
con lágrimas de un todo en esta nada.
Horas lentas, hirientes del abrazo
llevando su transcurso hasta mi pena.
Tú junto a mí otra vez, mientras respiro
sin alma casi, sin romper el lazo
que nos anuda vena contra vena,
y calmo este morir con un suspiro.
Corral de los olmos
Tarde será cuando tu voz se filtre,
almuédano, a través de estas paredes.
Tarde será, porque la nada lenta
y descarnadamente habrá vencido
lo que pudo habitar en mis entrañas
sin yo reconocer más que su lumbre.
Por muy tarde que sea, todavía
permanece el olor de la alhucema
que él derramó en mi piel para más gozo,
para aromar lo triste de perderle.
Almuédano, silencia este momento,
no anuncies que la luz está llegando.
Y si piensas que vas a condenarte
por no decir a tiempo tu plegaria,
tranquilízate. Puede que algún día
nos veamos los dos en el infierno.
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