María Eloisa Zamudio,   Argentina, 1896


El destierro de la luna

No mires aquí abajo, amiga Luna,
prodigando tu místico tesoro;
tu romántica lumbre le importuna
a tanto mercader que oculta su oro.

En los dominios de la tierra bruna
que alumbran las estrellas de tu coro,
impera hasta en los cánticos de cuna
áurea estridencia de metal sonoro.

Desterrada ya estás, oh, ¡pobre amiga!
por todas las tinieblas del planeta,
como una cosa vaga y enemiga;

y sólo ha de llorarte algún iluso,
el corazón transido del poeta
o el triste pensamiento del recluso.


La muerte

Asiste a cualquier hora, la Bendita,
tan piadosa, tan dulce, tan serena...
¡Cómo sabe que el mundo necesita
el beso blanco de su boca buena!

¿Qué sería sin ella tanta cuita
que nadie quiere oír? ¿En qué alma ajena
volcar toda la sombra que gravita
sobre la soledad de torva pena?

¿Qué fuéramos sin ella, sin la Pura,
que tiene inmensa compasión del alma
prisionera en arcilla sin ventura?

¿Qué hacer, sin la que siempre nos acoge,
sin su profundo corazón de calma
sin su mano de amor que nos recoge?


 
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