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Martha Alvarez Pardiño, Cuba, 1932
A la niña limosnera
En sus manos vacías de muñecas,
tiesas y flacas, sin cariño alguno,
se mece la impúdica tristeza
de todo el desamor que grita al mundo.
Su rostro, que es pálido y marchito,
muestra el cansancio de una vida trunca,
y sus grandes ojos miran al espacio
sin conseguir respuesta a su pregunta.
Los transeúntes pasan y la miran,
tal vez tiran una moneda con desgano,
y al levantarse a recogerla presurosa
su triste boca una sonrisa esboza.
Las noches confidentes de sus cuitas,
saben del hambre, desamor y anhelos,
saben de la niña de ojos tristes
que le pregunta a Dios como es el cielo.
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