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Mercedes de Velilla Rodríguez, España, 1852
Alma sublime...
Alma sublime, de virtud modelo,
vida honesta, en el hogar honrada,
dulce cantora, por la fe inspirada,
fuiste, Isabel, en el mezquino suelo.
En pos dejando lágrimas y duelo,
tu espíritu estregaste, resignada,
y tu frente en la tierra laureada,
mejor corona ceñirá en el cielo.
Nos abandonas, por fatal destino
y en crespones se envuelve la poesía,
que engalanó tu númen peregrino.
¡Mi alma te llora y con dolor te envía,
al despedirte en el postrer camino,
un tristísimo adiós, hermana mía!
Abrí mi corazón...
Abrí mi corazón, de amar ansiosa,
a una ilusión, como al nacer el día,
recogiendo las perlas que le envía,
abre su cáliz la purpúrea rosa.
Sobre mi corazón vertió amorosa
mi mágica ilusión luz y alegría
y de esa luz el resplandor veía
resbalar mi existencia venturosa.
Mas la rosa que al alba sonriente
abre su cáliz de frescura lleno,
del sol la abrasa luego el rayo ardiente.
Mi corazón, que de temor ajeno
a una ilusión abrí, luego inclemente
del desengaño lo abrasó el veneno.
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