Mercedes Matamoros,   Cuba, 1851


La muerte del esclavo

Por hambre y sed y hondo pavor rendido,
Del monte enmarañado en la espesura,
Cayó por fin entre la sombra oscura
El miserable siervo perseguido.

Aún escucha a lo lejos el ladrido
Del mastín, olfateando en la llanura,
Y hasta en los brazos de la muerte dura
Del estallante látigo el chasquido.

Mas de su cuerpo de la masa yerta
No se alzará mi voz conmovedora
Para decirle: –¡Lázaro, despierta!–

¡Atleta del dolor, descansa al cabo!
Que el que vive en la muerte nunca llora,
Y más vale morir que ser esclavo.


La orgía

¿Te acuerdas...? Fue una noche deliciosa,
Cupido en torno nuestro sonreía,
y en el loco bullicio de la orgía
a tu lado me hallé, tierna y gozosa.

Dulce vino de Chipre, en la preciosa
copa te dio a libar la mano mía;
con mis trémulos brazos te ceñía,
más que nunca incitante y voluptuosa.

¡Sentí en la boca un ósculo de fuego!
Después, voluble, con suprema calma
te fuiste sin oír mi blando ruego.

Mas del beso fugaz quedó la huella,
¡y aún palpita, encendido, aquí en mi alma,
como en cielo nocturno ardiente estrella...!


 
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