Miguel Ardiles,   Argentina


El espacio y el tiempo...

El espacio y el tiempo y la memoria,
la tierra, el agua, y la luz serena,
la mirada, poblada de azucena...
todo en eternidad propiciatoria.

La caricia, la huella indagatoria
por mapas de salina y hierbabuena,
el néctar que desprende la colmena
de la tarde, tornándose en euforia.

El cristal de la piel fundido en fuego
al compás de la sed y del trasiego
del vino del amor. De orilla a orilla,

para hacer realidad la maravilla,
el conjuro del vértigo, su rito:
el silencio, el rumor, el infinito.


Cotidiano, tenaz...

Cotidiano, tenaz, y así sublime,
se abre paso el amor, toma conciencia;
confirma la verdad en la experiencia,
y en cada signo, su fulgor imprime.

Aunque a veces el tiempo lo lastime,
sobre el tiempo define su presencia
y renace –rotunda consistencia–
sí, sin que el dolor lo desanime.

Capaz de dar la vida y dar la muerte,
amor incorregible y trashumante,
entra por las rendijas de las venas.

Y cuando en dos contrarios se hace fuerte
la luz estalla, viva y abundante,
en seres, piedras, soles y azucenas.


 
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