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Miguel de Unamuno, España, 1864
Vidas de otoño
Vidas de otoño son, crepusculares,
con un sentido ambiguo e indeciso,
sin que se sepa qué es lo que Dios quiso
al crearlas deicr. Con su pesares
oscuros cruzan los campos y lugares
marcando a vuelo roto sobre el piso
la vaga sombra. Su hálito sumiso
va al morir a las nieblas estelares.
Sale, perdido ya, negro murciélago
en estas noches tibias de septiembre
el cielo del otoño a disfrutar
y vuela acaso de la aceña al piélago,
sin que su triste sino se remembre,
su oscura vida errática a acabar.
La vida de la muerte
Oír llover no más, sentirme vivo;
el universo convertido en bruma
y encima mi conciencia como espuma
en que el pausado gotear recibo.
Muerto en mí todo lo que sea activo,
mientras toda visión la lluvia esfuma,
y allá abajo la sima en que se suma
de la clepsidra el agua; y el archivo
de mi memoria, de recuerdos mudo;
el ánimo saciado en puro inerte;
sin lanza, y por lo tanto sin escudo,
a merced de los vientos de la suerte;
este vivir, que es el vivir desnudo,
¿no es acaso la vida de la muerte?
Lujuria
Cuando murmuras con nervio acento
tu cuerpo hermoso que a mi cuerpo toca
y recojo en los besos de tu boca
las abrasadas ondas de tu aliento.
Cuando más que ceñir, romper intenso
una frase de amor que amor provoca
y a mí te estrechas delirante y loca,
todo mi ser estremecido siento.
Ni gloria, ni poder, ni oro, ni fama,
quiero entonces, mujer. Tu eres mi vida,
ésta y la otra si hay otra; y sólo ansío
gozar tu cuerpo, que a gozar me llama,
¡ver tu carne a mi carne confundida
y oír tu beso respondiendo al mío!...
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