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Natalia Palacios, Bolivia, 1837
La rosa
Bella flor alejandrina y peregrina,
que al aura blanca remece,
y en tu cáliz aparece
una gota cristalina.
Es tu aroma delicado y perfumado,
el suave ambiente que exhalas,
pura ostentando tus galas,
descollando en verde prado.
Su ambrosía en el calor el picaflor
y la mariposa beben;
sus áurea alas embeben
de tu arbusto alrededor.
Sonrosado tu capullo, al dulce arrullo
del agua se abre y florece;
él tus hojas reverdece
y te aduerme su murmullo.
La madreselva aromada vive enlazada
hacia tu tallo, se aprieta.
También modesta violeta
tu pie besa enamorada.
Tímido el junco te nombra; su fresco sombra
te da el pino majestuoso,
y el musgo fino y vistoso
te sirve de rica alfombra.
Qué feliz, sin pena, vives; grata recibes
la brisa de la mañana;
siempre gentil y lozana
nunca el dolor apercibes.
Jamás de invierno inhumano el soplo vano
te marchite ni deshoje,
ni tu belleza despoje,
¡oh, rosal!, con dura mano.
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