Osvaldo Bazil,   Dominicana, 1884


La Voz de los abismos

Bajo la fina sombra de todas mis tristezas,
cuando las cosas viven sus sueños de grandeza
y la campiña duerme como si fuera un mar,
acaricio los sueños que amanecen conmigo
y sin querer adoro los sueños que maldigo
al punto que me ausento de tanto imaginar.

Y luego, entristecido, visito las memorias,
las que dejaron luto en mi visión de glorias,
tronchadas por la mano sangrienta de un dolor;
cuando mis ojos tristes buscaron un sendero
florecido de lauros, para el triste viajero
que cantara a la luna un romance de amor.

Así pienso, así vivo, dejando entre mis huellas
polvo del oro viejo de las dulces estrellas.


Pequeño nocturno

Ella, la que yo hubiera amado tanto,
la que hechizó de músicas mi alma,
la que más blando susurrar de égloga
derramó en el azul de mis mañanas,
me dice con ternura que la olvide,
que la olvide sin odios y sin lágrimas.

Ella, la que me ha dado más ensueños
y más noches amargas,
se aleja dulcemente,
como una vela blanca.

Yo, que llevo enterrados tantos sueños
que cuento tantas tumbas en el alma,
no sé por qué sollozo y por qué tiemblo
al cavar una más en mis entrañas.


 
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