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Oswaldo Escobar Velado, El Salvador, 1919
Barcas submarinas
El mar y el cielo azul… duerme la arena
Su placidez de brazos siempre abiertos;
Mientras la tarde en lacitud morena
Se tiende en el cansancio de los puertos.
El tiempo en su liturgia se nos llena
De locuras y besos inexpertos,
Se nos entrega como el alma plena
Como el nirvana de los budas muertos
Estamos los dos solos… tus pestañas
Son una sombra larga de montañas
Sobre un fondo de lámparas lunares.
Sobre tu cuerpo azul de aguas cetrinas
Van mis caricias -barcas submarinas-
A naufragar en medio de tus mares…
Retorno de la ausencia
Vienes desde la ausencia, taciturna,
Traes islas de humo entre las manos,
Tu pupila como una flor nocturna
Aroma mis dolores más lejanos.
Vienes desde la ausencia y sin embargo
Parece que jamás te hubieras ido,
Has estado conmigo en este amargo
Dolor que nunca me quitó el olvido.
Vienes desde la ausencia, ah viajera
Agitando tu negra cabellera
En una fuga luminosa y loca.
Vienes desde la ausencia y tu regreso
Trae la lejanía de aquel beso
Que tembló sobre el trébol de tu boca.
Regalo para el niño
Te regalo una paz iluminada.
Un racimo de paz y de gorriones.
Una Holanda de mieses aromada.
Y Californias de melocotones.
Un Asia sin Corea ensangrentada.
Una Corea en flor, otra en botones.
Una América en frutos sazonada.
Y un mundo azúcar de melones,
Te regalo la paz y su flor pura.
Te regalo un clavel meditabundo
para tu blanca mano de criatura.
Y en tu sueño que tiembla estremecido
hoy te dejo la paz sobre tu mundo
de niño, por la muerte sorprendido.
La iguana
La iguana sola. Sobre la piedra sola.
En pleno mediodía
apenas mueve su dorada cola.
Cola con sol y cola con poesía.
Sola. Sola. El sol la tornasola.
Se vuelve pedrería.
Su cresta en la cabeza es una ola
de fina alfarería.
Junto a los cactus, lejos de la hoja
la iguana está sobre la piedra roja.
Sobre la piedra roja. Roja y dura.
Sola. Sola. El sol la tornasola.
Cuando mueve su dorada cola,
la cola le fulgura.
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