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Pedro Antonio de Alarcón, España, 1833
¡El amanecer!
El gallo canta... y la mañana impía
despierta con su luz a los humanos,
haciéndoles trocar delirios vanos
por el forzoso afán de un nuevo día.
Tornan, pues, a embestirles con porfía
la ambición y el amor, fieros tiranos,
los ímprobos trabajos cotidianos...
la deuda, el jefe, el tedio, la manía...
Y, en tanto, el amador desposeído,
que en sueños compartía la almohada
con tal o cual mujer que hubo querido,
el implacable día lo despierta
para hacerle mirar a su ex amada
vieja, casada, monja loca o muerta.
La palma
La palma audaz que en el desierto crece
hospitalaria acoge al caminante:
grata sombra le presta, y abundante,
sabroso fruto pródiga le ofrece.
Al son del huracán fiera se mece,
y cuanto recia más, más arrogante
resiste, y más hermosa y elegante
en los azares de la lid parece.
Premio de la virtud es cada rama
del árbol inmortal, don a que aspira
el que trueca su paz por la victoria.
Y ese don eres tú, perfecta dama,
para el esposo que en tu amor se inspira,
viendo en ti misma a tu rival la Gloria.
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