Rafael Arévalo Martínez,   Guatemala, 1884


Las botinas blancas

. . . Y soñó la niña
de faz demacrada
que a pedirle auxilios
a la virgen santa
una noche obscura
salió de su casa;
que había en la senda
por la que marchaba
lodazales turbios
y engañosas charcas;
y que al ir por ella
mucho le costaba
conservar sin fango
sus botinas blancas

. . . Que al fin llegó al templo
y al pisar su entrada
hacia las baldosas
en que se apoyaba
llena de temores
bajó la mirada
y sus zapatitos
encontró sin mancha.

. . . A los pocos días
en la triste estancia
se cumplía el sueño
de la niña pálida.
Moría sonriendo
y en el cielo entraba
sin haber manchado
sus botinas blancas.


 
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