Rafael María Baralt,   Venezuela, 1819


Al sol

Mares de luz, ¡oh sol!, en la alta esfera
derrama triunfador tu carro de oro
y la vencida luna con desdoro
su antorcha apaga ante su inmensa hoguera.

Y el águila de rayos altanera
hasta el cielo a buscar va su tesoro;
y esparce al viento su cantar sonoro
del umbroso pensil ave parlera.

Y la tierra y el mar y el claro cielo
penetrados por ti hierven de amores
cual de su esposo al fecundante anhelo.

¿Quién la lumbre te da? ¿Quién los ardores?
El ser a quien tu luz, que nos asombra,
es fuego sin calor, es mancha, es sombra.


El mar

Te admiro, ¡oh mar!, si la movible arena
besas rendida al pie de tu muralla,
o si bramas furioso cuando estalla
la ronca tempestad que al mundo atruena.

¡Cuán majestuosa y grande si serena!
¡Cuán terrible si agitas en batalla,
pugnando por romper la eterna valla,
con cólera de esclavo tu cadena!

Tienes, mar, como el cielo, tempestades;
de mundos escogidos, prodigiosa
suma infinita que tu mole oprime.

Y son tu abismo y vastas soledades,
como imagen de Dios, la más grandiosa;
como hechura de Dios, la más sublime.


 
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