Rafael Valera Benítez,   Dominicana, 1928


El hijo del amor

Impávido, el deseo me desnuda,
me da su plenitud, me torna huraño,
tan gozoso de siempre como antaño
el mar en su belleza testaruda.

Yo sigo su esplendor: me da su ayuda
con terrestre dulzura de rebaño,
de modo tan radiante, tan extraño
que el área del amor deviene ruda.

Soy todo de pasión en la medida
del tiempo enamorado, sin salida
entre el alba y la noche suspirando.

Entonces doy por puro lo que tengo,
y hallo, sin saber de donde vengo,
todo mi cuerpo en el amor temblando.


 
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