Raúl Contreras,   El Salvador, 1896


Atardecer

Mujer, dame la red de tu cariño.
Dame aquellas angustias perfumadas
Como rosas del cielo deshojadas
Sobre la seda azul de tu corpiño.

Refúgiame otra vez en el armiño
De tus manos piadosas y calladas,
Cuando vi reflejarse en tus miradas
La candorosa timidez de un niño.

Dame las horas que viví de prisa
Asomado al balcón de tu sonrisa.
Más alejadas cuanto más las sueño.

Estoy tan solo. Y el invierno es crudo…
Y errante va mi corazón desnudo
Igual que un perro que perdió su dueño.


Como la primavera

Pasó por mi camino vaporosa y ligera
Como una clara sombra teñida de ilusión.
Y fue un instante sólo como la primavera,
Como la primavera para mi corazón.

El viento me traía la música primera,
Tal vez la última rima que cierra una canción…
Y al ver que se esfumaba la sombra pasajera,
Toqué, por cautivarla, mi más ingenuo son.

¡Oh son incomprendido que ya ni el viento espera.
No pude aprisionarla… porque en mis ojos era
–imagen imposible– la sed de una visión!

Y así por mi camino pasó la luz de afuera.
Y fue un instante sólo como la primavera…
La está llamando a gritos mi pecho en floración.


Viejas fragancias

Me encantan de Madrid las calles viejas.
Los callejones retorcidos, donde
Parece que el espíritu se esconde
De olvidadas historias y consejas.

Evoco aquellas mustias candilejas,
La joven dama y el galán vizconde.
Y el suspiro amoroso que responde
De un bandolín a las nocturnas quejas.

Yo quisiera haber sido algún don Diego;
Ir por un largo callejón. Y luego
Sacar de pronto a relucir la espada;

El gesto airado, el ademán muy mío.
Y matar a un rival en desafío
Al pie de los balcones de mi amada…


 
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