Ricardo Rodríguez Cáceres,   Cuba, 1862


Un rosal

Para tu muerta ese rosal envío,
que no es amiga mano ni piadosa
la que al pie de una tumba no se posa
a ofrecer flores al sepulcro frío;

y en un sitio tan lóbrego y sombrío,
le basta al muerto que en quietud reposa,
el vuelo de una leve mariposa
y unas flores cuajadas de rocío.

Sembrado ese rosal sobre su fosa,
quizá en aquel lugar llene un vacío,
y al florecer la primavera hermosa

o al desgranar sus perlas el estío,
le ofrezca más de una fragante rosa
cuajada en llanto del recuerdo mío.


En el sepulcro

Las matas de jazmín y de diamela
del jardín de tu patio, aquí transplanto;
porque esas flores que cuidabas tanto,
no verlas junto a ti me desconsuela.

Aquí al menos mi pecho no recela
de que marchiten su florido encanto;
siempre en la tierra que humedece el llanto
viven las plantas cuando un alma vela.

Solas en el hogar languidecían,
porque eras tú con tu color y riego,
la ninfa de la fuente, el sol de fuego

que en sus tallos y vástagos nutrían,
y tendrán nueva savia en tus despojos
cuando estén mustios de llorar mis ojos.


 
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