Roberto Ibáñez,   Uruguay, 1907


El prisionero

Ya oigo la voz del río y su conjuro,
ya la rosa levísima presiento,
ya al ave escucho de lejano acento,
y con mis manos ensangriento el muro.

¡Recobrar, recobrar el reino puro!
¿No me reclama el río, claro y lento?
¿No me nombra la rosa desde el viento?
¿No me responde el pájaro en lo oscuro?

Pájaro que no sé sí me responde,
si canta en mi o a incógnita distancia
Intima rosa que no sé si esconde
en la fronda o el sueño su fragancia.
Río que llega ya no se de dónde,
si de su sierra azul o de mi infancia.


Ser

Como una gota el mar de donde brota,
dice esta vida sin menguante.
Pregona eternidad, y es un instante.
Proclama infinitud, y es una gota.

Pródigo de tu lumbre sin derrota,
soy tu mínimo rayo, oh Sol gigante,
y hacia ti vuelo, oh Música radiante,
me identifico en ti, como una nota.

Sólo es olvido de tu amor la muerte,
desesperanza de tu absorto día,
que es no morir, pensarte y conocerte,

Yo estaba en ti, como en la fuente ignota,
equivocando patria y agonía.
Y soy en ti, como en el mar la gota.


Ya

Ya en el vacío que mi mano funda
un tacto de jazmines desespera.
Ya sin mis ojos, en absorta esfera,
degrada el cielo su coral profunda.

Ya una lejana sed de ala iracunda,
la nunca proferida, la extranjera,
designa en mí su pálida frontera
y con ávidas bocas me circunda.

Ya mis huesos intactos acongoja
la vocación terrestre del rocío.
Ya el mar se apaga. Ya la luz aherroja

su secreto radiante. Ya es el frío.
Todo el otoño cabe en una hoja.
Toda la muerte en este cuerpo mío.


 
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