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Rodolfo Castaing, Costa Rica
Pasionaria
Tú bien sabes que vivo para amarte
con fervor, sin quebrantos ni medida;
tú sabes que, al hacerte mi elegida,
la existencia he querido consagrarte.
Tú sabes que jamás podré olvidarte,
pues lo que bien se quiere, no se olvida
y mientras tenga un hálito de vida,
ese hálito será para adorarte.
Por tu amor yo he luchado con desvelo,
desgarrándome el alma en los abrojos
crecidos a la sombra de ese anhelo;
y cuando, al fin postrándome de hinojos,
para no sucumbir buscaba el cielo,
¡tú me diste dos cielos en tus ojos!
Madre mía
En una de las vueltas del sombrío
Maravilla, atrevido y turbulento,
hay un roble tronchado por el viento,
confundiendo sus ramas con el río.
Privado del salvaje poderío
que guardaba en su leño corpulento,
sólo anhela un consuelo a su tormento
de aquella agua en el loco desvarío.
Al igual de ese roble destronado
que en las linfas oculta la tortura
de sentirse abatido y destrozado,
¡cuántas veces rendido de amargura,
en tu pecho la frente he reclinado
para ocultar allí mi desventura!
Su pañuelo
No pretendas, con fútiles engaños,
rescatar el pañuelo tan deseado,
que una noche, encontrándome a tu lado
hice mío a pesar de tus regaños.
Emblema delicioso de tus años,
ese tesoro, blanco y perfumado,
sobre el pecho lo guardo apasionado,
para enjugar posibles desengaños.
Porque en lúgubres horas de desvelo,
cuando llevo a mi frente adolorida
tu reliquia, en demanda de consuelo,
me parecen que en ella viven presos,
¡el encanto sonriente de tu vida
y el rumor inefable de tus besos!
Sus caprichos
Una vez, por saber si cumpliría
lo que ella me ordenaba zalamera,
arrojó en la prisión de una pantera
el pañuelo que tanto le pedía.
Yo intenté, demostrando valentía,
librar aquella prenda de la fiera,
y, al hacerlo, una zarpa traicionera
castigó duramente mi osadía.
Ella entonces, con paso vacilante
vino a mí, de su hazaña arrepentida;
y al mirar en mi pecho palpitante
el rastro de la garra maldecida,
¡desató su cabello rutilante
para limpiar la sangre de mi herida!
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